18 de junio de 2009

Habermas, una de las voces más influyentes de la filosofía contemporánea, cumple ochenta años

EFE/ Berlín/ La Verdad
La influencia del pensador alemán ha rebasado los límites del mundo académico
Elaboró una serie de planteamientos para explicar y también para renovar la entonces nueva democracia alemana
Acuña conceptos que se convierten rápidamente en moneda corriente en las discusiones de actualidad

El filósofo y sociólogo Jürgen Habermas llega a los ochenta años sin dejar de ser uno de los intelectuales más influyentes de Alemania, tras una larga carrera como académico y ensayista en que la que ha contribuido permanente a interpretar la actualidad política de su país y del mundo.
A Habermas se le han atribuido las más diversas etiquetas de identificación. Para unos, fue la eminencia gris de la revuelta del 68 en Alemania; para otros, sigue siendo el último representante de la llamada Escuela de Fráncfort y prácticamente para todos es tal vez el último filósofo alemán cuya influencia ha rebasado los límites del mundo académico. Su obra acompaña como un comentario permanente la evolución de Alemania y del mundo desde la posguerra, y eso es tal vez algo que explica el eco que ha tenido, pero, más allá del dictado de la actualidad, abreva en las aguas de la tradición filosófica occidental.
Habermas (Düsseldorf, 1929) tuvo la fortuna de no ser incorporado al ejército durante la II Guerra Mundial y después del conflicto bélico entró pronto a estudiar, pasando por diversas facultades y universidades hasta doctorarse en filosofía en Bonn en 1954, con un trabajo estrictamente académico sobre la teoría de las edades del mundo del idealista Friedrich Schelling.
En 1956, después de una breve etapa como periodista, Theodor W. Adorno, uno de los máximos corifeos de la Escuela de Fráncfort, le invitó a trabajar en el legendario Instituto de Investigaciones Sociales (Institut für Soziale Forschung), que acababa de ser vuelto a fundar tras su cierre forzoso durante la época nazi. Desde allí, empieza a elaborar una serie de planteamientos para explicar, y también para renovar, la entonces nueva democracia alemana. El marxismo seguía siendo una herramienta de análisis, como lo había sido para los fundadores de la Escuela de Fráncfort, pero ya había dejado de ser, al menos para él, una verdadera alternativa política.
Etiquetar la realidad
En todas sus estaciones -varias veces Fráncfort, Marburgo y Heidelberg entre otras- va acuñado conceptos que se convierten rápidamente en moneda corriente en las discusiones de actualidad. Así, por ejemplo, cuando Alemania, marcada por la tragedia del nazismo, no encontraba forma clara de definir una identidad nacional Habermas se inventó el concepto de "patriotismo constitucional". Con él, se definía el patriotismo alemán no como un apego al pasado sino como adhesión al texto constitucional de 1949 que, por lo demás, recogía las aspiraciones de los movimientos liberales alemanes que habían sido derrotados repetidamente durante el siglo XIX y no habían logrado imponerse durante la República de Weimar.
Años más tarde, cuando en 1989 la movilización popular en la extinta República Democrática Alemana (RDA) terminaría llevando a la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania, Habermas califica lo ocurrido en el país como éxito de la "revolución recuperadora". El concepto apuntaba a la idea de que en Alemania históricamente las grandes transformaciones habían sido impuestas desde arriba y que no se había vivido nunca la experiencia de una revolución triunfante. Con el movimiento ciudadano de la RDA, por primera vez, los alemanes lograban tomar su destino en sus manos, al menos en un primer momento.
Casi veinte años después, viene la crisis financiera internacional y Habermas entonces repasa la repercusiones negativas de las transformaciones que se vivieron en toda Europa Oriental en 1989. Tras la disolución del bloque soviético -explicó Habermas al comienzo de la crisis en una entrevista con el semanario Die Zeit- el mundo occidental cayó en una euforia triunfalista peligrosa y se lanzó a defender un credo neoliberal por el que ahora paga las consecuencias. De lo que se trata, advirtió entonces, no es de una superación del capitalismo, como pretendía el marxismo tradicional, sino de una domesticación del mismo. En todo caso, añadió, desde 1989 no hay un horizonte posible fuera del universo capitalismo y ya en los años cincuenta esa era la situación para la izquierda ilustrada europea.
Recientemente, también se ha ocupado de filosofía de la religión y ha hablado -acuñando así un nuevo concepto que ha sido recogido por muchos- de una época postsecular. Sus obras de juventud, ante todo Teoría de la acción comunicativa y Conocimiento e Interés, siguen leyéndose y estudiándose. Y a ellas han seguido permanentemente estudios y ensayos en los que hay una aproximación constante al mundo actual desde la tradición filosófica alemana.

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