El Alboroque Digital
Texto gentileza de Pachi Amorós, Archivera Municipal del Ayuntamiento de Archena
Juan José Marco Banegas, hermano del fundador de la confitería "Marco", e ilustre sacerdote que llegó a ser canciller-secretario del Obispado de Madrid-Alcalá y mereció que su pueblo le dedicase una calle, escribió un cuento que fue publicado en 1928 en El Heraldo del Segura, y que me fue facilitado por don Joaquín Campuzano. La acción se sitúa en Archena, en 1879, cuando el autor y protagonista contaba apenas con seis años y ha sido reproducido aquí parcialmente. Se trata de una anécdota narrada en forma de cuento fantástico, un género tremendamente característico del romanticismo, que en España cultivó, con gran acierto, Gustavo Adolfo Bécquer.
Era una noche infernal bien entrado el invierno, una ventisca huracanada hacía golpear y estremecer puertas y ventanas. Mi hermana Rosario tenía un calenturón que abrasaba y el médico le había mandado un purgante mi padre, no estaba en casa. El que suscribe vivía en la calle del Carril (1) enfrente de los bancales y olivareras de lo que mas tarde sería el barrio de D.Pablo (2) y que actualmente viene a coincidir con la zona de la avenida Daniel Ayala, donde está el instituto y la misma calle de Pablo Enríquez. En ese olivar buscábamos nidos y nos peleábamos en bandos los muchachos de entonces. Las mujeres tendían sus ropas a secar teniendo también sus riñas por prendas que desaparecían. En mi misma acera la casa del tío Alonso y Cipriana era célebre por su buen vino y rica mojama que comprábamos los niños para merendar. Mas abajo estaba la casa del tío Malcasado, un caserón deshabitado que era el terror de los chicos porque se decía que a media noche se oían ruidos de cadenas y aparecían fantasmas. Posteriormente sería el edificio de las hermanas de la Consolación las monjas, y actual Caja Murcia
Texto gentileza de Pachi Amorós, Archivera Municipal del Ayuntamiento de Archena
Juan José Marco Banegas, hermano del fundador de la confitería "Marco", e ilustre sacerdote que llegó a ser canciller-secretario del Obispado de Madrid-Alcalá y mereció que su pueblo le dedicase una calle, escribió un cuento que fue publicado en 1928 en El Heraldo del Segura, y que me fue facilitado por don Joaquín Campuzano. La acción se sitúa en Archena, en 1879, cuando el autor y protagonista contaba apenas con seis años y ha sido reproducido aquí parcialmente. Se trata de una anécdota narrada en forma de cuento fantástico, un género tremendamente característico del romanticismo, que en España cultivó, con gran acierto, Gustavo Adolfo Bécquer.
Era una noche infernal bien entrado el invierno, una ventisca huracanada hacía golpear y estremecer puertas y ventanas. Mi hermana Rosario tenía un calenturón que abrasaba y el médico le había mandado un purgante mi padre, no estaba en casa. El que suscribe vivía en la calle del Carril (1) enfrente de los bancales y olivareras de lo que mas tarde sería el barrio de D.Pablo (2) y que actualmente viene a coincidir con la zona de la avenida Daniel Ayala, donde está el instituto y la misma calle de Pablo Enríquez. En ese olivar buscábamos nidos y nos peleábamos en bandos los muchachos de entonces. Las mujeres tendían sus ropas a secar teniendo también sus riñas por prendas que desaparecían. En mi misma acera la casa del tío Alonso y Cipriana era célebre por su buen vino y rica mojama que comprábamos los niños para merendar. Mas abajo estaba la casa del tío Malcasado, un caserón deshabitado que era el terror de los chicos porque se decía que a media noche se oían ruidos de cadenas y aparecían fantasmas. Posteriormente sería el edificio de las hermanas de la Consolación las monjas, y actual Caja Murcia
La calle del Carril actual, entonces carretera carecía de luz como todo el pueblo. Los carros en las aceras en disposición de saltar un ojo a cualquier transeúnte descuidado; montones de tierra o basura acá o allá que hacían que el pueblo se volviera intransitable en los días de lluvia. Subiendo la carretera estaba la casa de don Agustín Fuste y mas arriba la de la tía Caracola que vendía los capachos mejores buscados por los bañistas para llevarse frutas de nuestra huerta
La falta de alumbrado y la ingenuidad de aquella generación facilitaban la creencia en fantasmas, duendes y aparecidos. Esos temores y supersticiones eran aprovechados con mucha frecuencia para ahuyentar a los muchos rateros que robaban el esparto, hierbas, hortalizas y frutas; contra ellos en vano vigilaba el temible cultivador de anchos zaragüelles y negra montera armado de enorme estaca e incluso la misma autoridad que castigaba y apresaba al ratero presentándolo a la vergüenza pública. Todos los años al llegar la recolección del panizo que era abundantísima, los higos, granadas, etc, aparecían terribles fantasmas y empezaban los ruidos de cadenas arrastrándose, especialmente en noches oscuras y curiosamente cerca de los lugares en que había frutas. El miedo a los muertos era sin duda mas eficaz que el miedo a los vivos.
Volviendo a nuestro relato, el médico le dijo a mi madre que no le gustaba la fiebre tan pertinaz de la enferma, lo que rompió su serenidad y mis 6 años cumplidos se crecieron empujándome a la calle a buscar a mi padre allá donde estuviese para traerle a mi madre los consuelos necesarios.
Aquella noche oscura con mucho viento y dramática soledad sentí vacilar mi ánimo, hallándome completamente apocado al verme frente al cementerio (situado entonces en el citado barrio de don Pablo o del Corpus Christi), todos los fantasmas y apariciones oídas cruzaron en procesión por mi imaginación. Al frente la sombra gigante del Ope, con sus peladas crestas, se hacía invisible. Me acordé de su cruz y respiré triunfante de aquel miedo que me aterrorizaba, distrayendo mi imaginación en el recuerdo alegre de las subidas que había hecho con muchos niños a su cima cantando letanías.
Antes de llegar a la Cerca, rodeada por tapiales y cerrada por un enorme portón, todo en ruinas, había una piedra colosal que también tenía su historia de ruidos misteriosos. Mi padre no estaba en la Cerca y muy a pesar mío tuve que seguir hasta los Baños. En la Cañada de las Minas recordé las historias referentes a los moros que las habían hecho, habían habitado el castillo y enterrado sus riquezas cuando fueron expulsados (3) Me pareció ver una tumba de moros de dientes blancos y piel cetrina y corrí hacia el Balneario.
En el camino encontró a un grupo de hombres que portaban un cadáver sobre un burro y les preguntó por su padre, pero no le oyeron. Detrás venían varias mujeres rezando, que en seguida lo identificaron como el hijo de Juanico pudiendo alguien explicarle que su padre en ausencia del juez había ido a La Algaida con el alguacil, donde había tenido lugar una refriega en la que se rumoreaba que habían habido muertos y heridos.. Regresé con ellos, cogido del brazo de la tía Josefa, cosido a su lado. Mi padre ya estaba en casa cuando llegamos y mi hermana, limpia de fiebre. Conseguí esa noche por el miedo pasado y presente dormir a los pies de la cama paterna, espléndida y elevada sobre tablerosLos "fantasmas" de Archena han sido usados en beneficio de algunos vecinos para esconder bajo sus sábanas distintas historias
(1) Se refiere a la antigua calle del Carril que desde la espalda del actual edificio de Pepe Muebles salía a la calle Duque de Huete y continuaba hasta la carretera de Villanueva
(1) Se refiere a la antigua calle del Carril que desde la espalda del actual edificio de Pepe Muebles salía a la calle Duque de Huete y continuaba hasta la carretera de Villanueva
(2) Don Pablo Enríquez
(3) La expulsión de los moriscos del Valle de Ricote se produjo en 1614 siendo los últimos en salir de España, en aplicación del Decreto dictado por el rey Felipe III en 1609
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