2 de octubre de 2009

Un nuevo seísmo sacude Indonesia y la cifra de muertos se acerca al millar

ZIGOR ALDAMA/ La Verdad
Sumatra está maldita. Los indonesios no encuentran otra razón para explicar su desgracia. «¡Alá nos ha abandonado!», gritaba ayer entre sollozos y frente a las cámaras una mujer de la ciudad de Jambi que buscaba a su marido entre la montaña de cascotes a la que se ha reducido su vivienda. El terremoto del miércoles sólo provocó unas pequeñas grietas en el domicilio familiar, pero el segundo, de magnitud 6,8 en la escala de Richter y sufrido a las 8.52 de la mañana de ayer mucho más cerca de su casa, ha dejado la devastación general en una ciudad sobre la que ahora cae un diluvio.
Por si dos seísmos en menos de 24 horas fueran poco drama, las víctimas se enfrentan ahora a la desgracia añadida de las inundaciones. El agua alcanzaba ayer una altura de entre 20 y 50 centímetros en algunas de las zonas más afectadas por ambos terremotos, suficiente para ahogar a muchos de los que han quedado sepultados. «¿Dónde están los equipos de rescate?», preguntaba desesperado, a un reportero, un padre cuya hija permanecía anoche con vida bajo un amasijo de hormigón y hierro.
El Ejército se puso ayer manos a la obra, pero faltan efectivos. Anoche no había siquiera luz para que la población pudiera buscar con sus propios medios a los suyos. Así, lo que no deja de crecer es el número de víctimas mortales. El último recuento lo fijaba en 770, pero todo apunta a que se quedará muy corto.
El ministro de Bienestar Social, Aburizal Bakrie, comparó el daño con el causado por el último gran terremoto sufrido por Indonesia, el que asoló la ciudad javanesa de Yogyakarta hace tres años. Dejó 6.000 muertos. Por si no fuera suficiente para provocar miedo, un grupo de científicos alerta de la posibilidad de que se den más movimientos telúricos «incluso más fuertes de los sufridos esta semana» en la franja llamada Mentawai, una línea submarina de 700 kilómetros situada frente a la costa de Sumatra.
«Vuelta al infierno»
«Las ciudades de Padang y Pariaman han desaparecido casi por completo. Hemos vuelto al infierno», relataba anoche Abdul Mahdil Hassan, trabajador de una ONG internacional. Este indonesio de 33 años, natural de Bukittinggi, una ciudad cercana al epicentro de ambos terremotos, participó en las labores de ayuda y reconstrucción tras el 'gran tsunami', y ayer comparaba la situación con la de hace cinco años. «Se ve el mismo miedo. Los que no tienen ningún familiar herido o desaparecido tratan de huir, pero no hay gasolina. Todos esperan un 'tsunami' y buscan refugio en el interior».
Sin embargo, a 5.000 kilómetros hacia el este, en los minúsculos países de Samoa y Tonga, las posibilidades de encontrar supervivientes son mínimas. El 'tsunami' que asoló sus costas el miércoles por la mañana ha dejado, oficialmente, 124 muertos (115 en Samoa, 30 en la Samoa estadounidense y 9 en Tonga).
El agua alcanza ya una altura de 50
centímetros

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