Las crónicas de 'El Liberal' narran cómo el 3 de abril de 1911 un fuerte temblor de intensidad VIII llevó el pánico al pueblo
20.03.11 - 00:37 -
PEDRO SOLER | MURCIA./ La Verdad
«Las gentes, despavoridas, huían de las viviendas, creyendo que les había llegado la hora de la muerte, y temiendo morir aplastadas al dar en tierra los edificios. Mujeres, niños y no pocos hombres han sufrido sustos enormes, notándose en los semblantes las huellas del efecto moral que ha producido el temblor de tierra». Esto se leía en 'El Liberal' del 4 de abril de 1911. Hace, por tanto, un siglo, en un artículo publicado ese mismo día se afirmaba que «ante los terremotos que sufre la Región, no hay que exagerar, ni tener más temores que los racionales», ya que, sí, Murcia era zona de fenómenos sísmicos.
El terremoto que sacudió la Región aquel día fue de gran consideración y produjo en la capital y pueblos cercanos importantes daños materiales. Se afirmaba que, en la calle Sagasta, se desplomó un florón de la farmacia Santa Teresa y, en el Camino de El Palmar, un techo de la vivienda de Pedro Sánchez Caballero. En Alcantarilla cayó una pared de la casa-escuela; en Las Torres de Cotillas, varias casas quedaron en estado de ruina… pero la peor parte se la llevó Lorquí, donde el temblor, que se sintió a las once y cuarto, dejó el pueblo «en estado casi ruinoso. Son muchos los edificios que amenazaban dar en tierra». El vecindario «está consternado, no atreviéndose a penetrar en las viviendas, por temor a morir aplastados. Varias paredes han caído, no ocurriendo, milagrosamente, desgracias personales». Pero hubo dos heridos: un niño, que se encontraba jugando en la puerta de su casa, de la que se desprendió una pared que sepultó al pequeño. «Con grandes esfuerzos fue extraído de entre los escombros». Una anciana también resultó contusionada, porque le cayó encima una chimenea. La estación de ferrocarril se había agrietado y la casa del guardabarreras, Francisco Miñano, se había desplomado por la parte alta; la vivienda de otro guardabarreras, Pascual Cano, quedó en tan mal estado que era preciso derrumbarla.
Los periódicos enviaron a sus redactores al lugar de la tragedia, y se afirmaba que, de Lorquí, «las noticias ya no son alarmantes, sino desconsoladoras. Los edificios han quedado en tal estado de ruinas, que en su mayor parte están inhabitables. El vecindario, aterrorizado ante la intensidad del fenómeno sísmico se echó a la calle, en su totalidad». Hasta el momento en que se notó el temblor de las 11.15 de la mañana, se habían repetido movimientos sísmicos hasta veinte veces en distinta escalas.
Ante el desastre y la visión de las casas agrietadas o en parte destruidas, los vecinos del pueblo hubieron de pasar toda la noche a la intemperie, y «la mayoría lloraba contemplando el derrumbamiento de varios edificios. Especialmente, las mujeres y los niños creían que llegaba el fin del mundo». Hacia el pueblo se desplazaron la autoridades y, «en el tren mixto, el capitán de seguridad con dos parejas a sus órdenes». Una de las primeras medidas del gobernador civil, nada más contemplar el lamentable panorama, fue pedir tiendas de campaña -se montaron ochenta- al ministro de la Gobernación y al capitán general de Valencia.
Cuando llegó el enviado especial de 'El Liberal', el pueblo ofrecía «un aspecto triste. El vecindario vive en las afueras del pueblo, no atreviéndose a penetrar en las casas, temiendo nuevos desprendimientos». Las viviendas se encontraban «en situación crítica» y las familias «se albergan en barracones construidos con haces de cañas. Los semblantes reflejan un pánico enorme. Asemejan una romería triste las entradas el pueblo, donde, sin energías y cohibidas, las gentes no se atreven a expresar el verdadero dolor que la desgracia ha producido».
Las casas que más daños habían sufrido se encontraban situadas en la plaza y calle Mayor, Carretas y del Reloj. El Ayuntamiento también fue desalojado por el peligro de derrumbamiento de las paredes. Las nuevas oficinas municipales se instalaron bajo unos haces de caña en la afueras del pueblo, donde se celebró al día siguiente un juicio de aguas.
Aunque parte de la iglesia quedó en pié, fue uno de los edificios que más daños sufrió. La escalera que conducía al campanario se encontraba desprendida y la torre amenazaba con hundirse. La sacristía y la casa del cura habían experimentado serios desprendimientos. Cuando se produjo el movimiento, las escuelas estaban llenas de niños y niñas, que «huyeron en tropel dando gritos de auxilio». El boticario, Antonio Alcaraz, contaba que estaba despachando una receta, y «ocurrir el fenómeno y caer todos los frascos del establecimiento al suelo fue una sola cosa». Calculaba sus pérdidas en más de trescientas pesetas. La botica, con las pocas medicinas que se habían salvado, fue trasladada al centro de la plaza Mayor.
Los medios informativos lanzaron una proclama que pedía a las autoridades que «no den plazos largos para la solución del problema». Y se exigía «dinero, que desde hoy debe estar dispuesto, para que no se dé el caso inaudito de que las tiendas de campaña se vean detenidas en la estación, y eviten que el hambre y las enfermedades hagan estragos en los que hoy resisten las inclemencias del tiempo, sin otro techo que el cielo y sin otro amparo que un puñado de cañas». El 6 de abril se produjo un nuevo temblor, que dio en tierra con algunos edificios
Las tiendas de campaña fueron inundadas por las abundantes lluvias «viniendo esto a hacer más triste la situación, pues la humedad que se siente es grande». Además, se derrumbó un alero de la torre del templo, por lo que los vecinos próximos pidieron al cura que fuera demolida la parte que quedaba en pié, «para evitar los mayores perjuicios». También se informaba de que por culpa de las lluvias, que habían descargado, en días seguidos al desastre, eran muchos los pobres que no tenían trabajo «y son muchas las necesidades que se sienten». Pero el pánico no desaparecía, porque los movimientos sísmicos no cesaban. Desde que se había producido el terrible del 3 de abril, «a este han seguido más fuertes y más débiles todos los días», según se informaba el día 19. De hecho, el día 18 se sintieron los siguientes: Uno a las cuatro de la madrugada; otro, a las 9.25 de la mañana, más intenso que todos los que se observan desde el día 3; otros, a las 1.40, 4.28 y 5.55 de la tarde». Y para que no faltara de nada a tan dramática situación, se informaba, del modo más sarcástico, que «anoche nos sorprendió una imponente nube de relámpagos y truenos que, con las trepidaciones y los ruidos interiores, produjeron un estado de ánimo en esta población que era una delicia».
Aunque la calma iba volviendo al vecindario del castigado pueblo, el pánico retorno el 14 de mayo, cuando «próximamente a la una de la madrugada de ayer se dejó sentir en el vecino pueblo de Lorquí un fuerte temblor de tierra que causó la alarma de los vecinos. A las dos y media se repitió el fenómeno sísmico, y, poco después de las cuatro, dos sacudidas más alarmaron de nuevo al pacífico vecindario, que abandonó las viviendas preso de un pánico enorme».
No era el último susto, porque el 19 de mayo volvía a informarse de que la población de Lorquí continuaba experimentando diariamente los terremotos, «que dieron principio hace dos meses. El martes, a las diez y media de la noche, un fuerte temblor sembró la alarma de este vecindario, viéndose a muchas personas llorando por las calles, que salían huyendo de las viviendas por temor que estas dieran en tierra». Hubo familias que seguían en sus casas, porque aún se mantenían en pie, pero otras muchas las habían abandonado, porque se encontraban en ruinas, desde aquel 3 de abril, o porque la habían provocado los movimientos que se fueron sucediendo.
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