Texto gentileza de Pachi Amorós, archivera municipal del Ayuntamiento de Archena, extraído de la sección "Un rincón para la historia" de la Revista "La Vega" del año 1996, para el Alboroque Digital.
A finales de la edad moderna la intensa religiosidad unida a la escasa información científica hace que se crea ciegamente en el milagro, viendo prodigios y manifestaciones sobrenaturales en fenómenos atmosféricos, curaciones, etc. En el siglo XVIII Murcia vive la edad de oro de los conjuros y las supersticiones. A ello no es ajena la dureza de la naturaleza que hace alterar periódicas inundaciones con prolongadas sequías, tormentas con terremotos. Y por si fuera poco, las plagas, las terribles plagas de gorriones, de tordos, de langosta.
La raya divisoria entre lo natural y lo sobrenatural en el dominio de la agricultura aparece trazada en 1730 por un jesuita que indica que "del hombre depende labrar cuidadosamente las tierras, sembrarlas bien, regarlas, limpiarlas, cuidarlas contra los ladrones o los animales, pero en caso de granizo, hielos, o falta de lluvias se debe utilizar el remedio espiritual y sagrado de acudir a la rogativa". Hay oraciones indicadas para cada una de las distintas eventualidades, así como distintos toques de campana. El pensador y político Jovellanos se lamenta de esta situación afirmando :"Hizo frío anoche, tocaron a hielo. Aquí se creen que las campanas mandan sobre los accidentes naturales del clima y la estación". Los eclipses producen también tremendo espanto escondiéndose en sus casas la mayoría de la población ante ellos, que además son considerados como anuncios de nuevas calamidades.
La plaga es signo de que algo se descarría en la vida cotidiana. El Cardenal Belluga la considera un castigo que viene por la deshonestidad, la falta de compostura y la inmodestia. Por las mismas fechas un fraile aragonés escribió un libro muy leído en Murcia con el título "Motivos por los cuales Dios nos aflige con la langosta". El bíblico castigo de la langosta se ceba especialmente durante este siglo; según testimonios de la época, las nubes de langostas llegaban a ser tan densas que la gente no podía transitar sino cubierta entera con capas, pues la langosta caía con la fuerza del granizo. Ante semejante calamidad y en ausencia de remedios científicos, los campesinos cifran sus esperanzas en remedios teólogicos y en conjuros, suplicando a sus curas que organicen procesiones y rogativas.
A este ambiente supersticioso no son ajenos ni siquiera los poderes públicos. Recordemos que estamos en pleno siglo XVIII, también llamado "de las luces", es el siglo de las sociedades de amigos del país, de la ilustración, de los trabajos sobre economía y naturaleza. Pero, demostrando la prevalencia del conjuro sobre el espíritu científico, en el Archivo Municipal de Archena se conserva un despacho-vereda firmado por el propio Rey Fernando VI y datado en 1.756, en el que se informa de la conducción de la cabeza de San Gregorio, por cuya intersección se ha producido en otras ocasiones la milagrosa liberación de los pueblos de las plagas de langosta, oruga, pulgón y otras. Desde Pamplona las reliquias deben recorrer más de media España, debiendo asistir y alojar a la comitiva en todos los pueblos por los que pasen y contribuir a su mantenimiento. Se bendecirán los campos y se dejarán por cada uno de los lugares por donde pasare una porción suficiente de agua bendita del santo, y los formularios para que cada párroco pueda bendecir en la misma forma los campos con posterioridad.
Fruto de la misma creencia en lo maravilloso y sobrenatural son dos milagros de los que queda constancia en el Archivo Parroquial y que han sido recogidos por Manolo Medina en su libro "Historia de Archena": la aparición de un cuerpo incorrupto de los enterrados en la Iglesia, acontecimiento que causó un gran revuelo, y "el mantenimiento del peso de la cera" tras haber estado ardiendo durante la procesión, Misa, y sermón en honor de san Cosme y san Damián.
A finales de la edad moderna la intensa religiosidad unida a la escasa información científica hace que se crea ciegamente en el milagro, viendo prodigios y manifestaciones sobrenaturales en fenómenos atmosféricos, curaciones, etc. En el siglo XVIII Murcia vive la edad de oro de los conjuros y las supersticiones. A ello no es ajena la dureza de la naturaleza que hace alterar periódicas inundaciones con prolongadas sequías, tormentas con terremotos. Y por si fuera poco, las plagas, las terribles plagas de gorriones, de tordos, de langosta.
La raya divisoria entre lo natural y lo sobrenatural en el dominio de la agricultura aparece trazada en 1730 por un jesuita que indica que "del hombre depende labrar cuidadosamente las tierras, sembrarlas bien, regarlas, limpiarlas, cuidarlas contra los ladrones o los animales, pero en caso de granizo, hielos, o falta de lluvias se debe utilizar el remedio espiritual y sagrado de acudir a la rogativa". Hay oraciones indicadas para cada una de las distintas eventualidades, así como distintos toques de campana. El pensador y político Jovellanos se lamenta de esta situación afirmando :"Hizo frío anoche, tocaron a hielo. Aquí se creen que las campanas mandan sobre los accidentes naturales del clima y la estación". Los eclipses producen también tremendo espanto escondiéndose en sus casas la mayoría de la población ante ellos, que además son considerados como anuncios de nuevas calamidades.
La plaga es signo de que algo se descarría en la vida cotidiana. El Cardenal Belluga la considera un castigo que viene por la deshonestidad, la falta de compostura y la inmodestia. Por las mismas fechas un fraile aragonés escribió un libro muy leído en Murcia con el título "Motivos por los cuales Dios nos aflige con la langosta". El bíblico castigo de la langosta se ceba especialmente durante este siglo; según testimonios de la época, las nubes de langostas llegaban a ser tan densas que la gente no podía transitar sino cubierta entera con capas, pues la langosta caía con la fuerza del granizo. Ante semejante calamidad y en ausencia de remedios científicos, los campesinos cifran sus esperanzas en remedios teólogicos y en conjuros, suplicando a sus curas que organicen procesiones y rogativas.
A este ambiente supersticioso no son ajenos ni siquiera los poderes públicos. Recordemos que estamos en pleno siglo XVIII, también llamado "de las luces", es el siglo de las sociedades de amigos del país, de la ilustración, de los trabajos sobre economía y naturaleza. Pero, demostrando la prevalencia del conjuro sobre el espíritu científico, en el Archivo Municipal de Archena se conserva un despacho-vereda firmado por el propio Rey Fernando VI y datado en 1.756, en el que se informa de la conducción de la cabeza de San Gregorio, por cuya intersección se ha producido en otras ocasiones la milagrosa liberación de los pueblos de las plagas de langosta, oruga, pulgón y otras. Desde Pamplona las reliquias deben recorrer más de media España, debiendo asistir y alojar a la comitiva en todos los pueblos por los que pasen y contribuir a su mantenimiento. Se bendecirán los campos y se dejarán por cada uno de los lugares por donde pasare una porción suficiente de agua bendita del santo, y los formularios para que cada párroco pueda bendecir en la misma forma los campos con posterioridad.
Fruto de la misma creencia en lo maravilloso y sobrenatural son dos milagros de los que queda constancia en el Archivo Parroquial y que han sido recogidos por Manolo Medina en su libro "Historia de Archena": la aparición de un cuerpo incorrupto de los enterrados en la Iglesia, acontecimiento que causó un gran revuelo, y "el mantenimiento del peso de la cera" tras haber estado ardiendo durante la procesión, Misa, y sermón en honor de san Cosme y san Damián.
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